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Número Febrero-2011

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¿CÓMO ME LLAMO?

EL PELIAGUDO CASO
DE LOS NOMBRES PROPIOS

Por Eddie González
 

Decía el autor estadounidense Dale Carnegie, famoso por sus libros Como ganar amigos e influir sobre las personas y Cómo hablar bien en público, que el propio nombre es la palabra más dulce para los oídos de cualquier persona, y que por tanto, si deseamos causarle buena impresión a alguien, debemos cuidar de pronunciar y escribir correctamente no sólo su nombre o nombres de pila (asignados por sus padres) sino sus apellidos. Quien esto escribe puede dar fe del desagrado que el no seguir tan sabio consejo puede ocasionar en el afectado, puesto que, por haberle sido lamentablemente asignado el diminutivo de un nombre extranjero (inglés), ha sufrido tal molestia muchísimas veces, ya que el mismo ha sido convertido en Edi, Edí, Edie, Edié, Eddí, Edith (?) y Edy, como apareció grabado en una bella placa que por mi trayectoria ajedrecística se me otorgó.
El profesor Tito Balza Santaella, en su libro Tu nombre: ¿sabes lo que significa, el cual es una recopilación muy amplia de la mayoría de nombres propios de persona más comunes, dice que la finalidad fundamental de esta obra, es la de ayudar a los noveles padres a seleccionar el nombre más apropiado para sus hijos o hijas.
“Algunos padres - apunta el profesor Balza Santaella - se complacen en hacer jeroglíficos, combinaciones de sílabas o letras, que dan por resultado voces extrañas, neutras, o como una reveladora prueba de su dependencia intelectual e ideológica y de su baja estimación, llaman a sus hijos con las versiones extranjeras de sólidos nombres hispánicos, de venerable e histórica tradición”. Abundando en lo expuesto por el autor de Tu nombre: ¿sabes lo que significa?, en cuanto a la inconveniencia de ponerle como nombre a una inocente e inerme criatura cualquier disparate inventado combinando letras o sílabas, debo hacer notar que tal “gracia” puede acarrearle al afectado varios serios perjuicios, entre ellos 1) que cuando vayan a bautizarlo, la persona encargada del registro no entienda el jeroglífico inventado y el niño o niña salga de allí con otro diferente del que primeramente le asignaron; 2) que cuando le toque sacar la cédula de identidad, alguna secretaria tampoco entienda la rara combinación de letras, y vuelva a cambiar, esta vez definitivamente, el “nombre” original; que en la educación primaria, el bachillerato, la universidad o el servicio militar sigan ocurriendo equivocaciones, y por fin el pobre individuo no sepa cómo en verdad se llama 4) que por resultar finalmente su nombre un vocablo que no indique claramente el sexo, por ejemplo “Siglic” (que no lo estoy inventando), forme parte de una embajada deportiva o una delegación de cualquier tipo, y, siendo mujer, la pongan a dormir en una habitación doble con un hombre.

 
       

 

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