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¿CÓMO ME LLAMO?
EL
PELIAGUDO CASO
DE LOS NOMBRES PROPIOS
Por
Eddie González
Decía el autor
estadounidense Dale Carnegie, famoso por sus libros Como
ganar amigos e influir sobre las personas y Cómo hablar
bien en público, que el propio nombre es la palabra más
dulce para los oídos de cualquier persona, y que por
tanto, si deseamos causarle buena impresión a alguien,
debemos cuidar de pronunciar y escribir correctamente no
sólo su nombre o nombres de pila (asignados por sus
padres) sino sus apellidos. Quien esto escribe puede dar
fe del desagrado que el no seguir tan sabio consejo
puede ocasionar en el afectado, puesto que, por haberle
sido lamentablemente asignado el diminutivo de un nombre
extranjero (inglés), ha sufrido tal molestia muchísimas
veces, ya que el mismo ha sido convertido en Edi, Edí,
Edie, Edié, Eddí, Edith (?) y Edy, como apareció grabado
en una bella placa que por mi trayectoria ajedrecística
se me otorgó.
El profesor Tito Balza Santaella, en su libro Tu nombre:
¿sabes lo que significa, el cual es una recopilación muy
amplia de la mayoría de nombres propios de persona más
comunes, dice que la finalidad fundamental de esta obra,
es la de ayudar a los noveles padres a seleccionar el
nombre más apropiado para sus hijos o hijas.
“Algunos padres - apunta el profesor Balza Santaella -
se complacen en hacer jeroglíficos, combinaciones de
sílabas o letras, que dan por resultado voces extrañas,
neutras, o como una reveladora prueba de su dependencia
intelectual e ideológica y de su baja estimación, llaman
a sus hijos con las versiones extranjeras de sólidos
nombres hispánicos, de venerable e histórica tradición”.
Abundando en lo expuesto por el autor de Tu nombre:
¿sabes lo que significa?, en cuanto a la inconveniencia
de ponerle como nombre a una inocente e inerme criatura
cualquier disparate inventado combinando letras o
sílabas, debo hacer notar que tal “gracia” puede
acarrearle al afectado varios serios perjuicios, entre
ellos 1) que cuando vayan a bautizarlo, la persona
encargada del registro no entienda el jeroglífico
inventado y el niño o niña salga de allí con otro
diferente del que primeramente le asignaron; 2) que
cuando le toque sacar la cédula de identidad, alguna
secretaria tampoco entienda la rara combinación de
letras, y vuelva a cambiar, esta vez definitivamente, el
“nombre” original; que en la educación primaria, el
bachillerato, la universidad o el servicio militar sigan
ocurriendo equivocaciones, y por fin el pobre individuo
no sepa cómo en verdad se llama 4) que por resultar
finalmente su nombre un vocablo que no indique
claramente el sexo, por ejemplo “Siglic” (que no lo
estoy inventando), forme parte de una embajada deportiva
o una delegación de cualquier tipo, y, siendo mujer, la
pongan a dormir en una habitación doble con un hombre.
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